Cuando nací, yo no sabía de primaveras; un día 10, como los mandamientos, en un Bilbao bajo dictadura, de la que no tomé nota por escaso tamaño y breve literatura, del año 1966, al que no asistí en sus tres primeros meses. Fue la luz de los días quien estiró los huesos, la vida y la razón; y la noche quien me contó al oído el cuento de las letras: La palabra es hermosa, concluyó.
Comprendí a la luna a los 19, y desde entonces le regalo unas cuantas de libre elección a cambio de nada.
Costó lo suyo 5 poemarios, 4 libros de reflexiones y uno de cuentos infantiles, en edición personal; camino de la aventura editorial que han supuesto 2 poemarios, el presente libro y mayor desembolso. Mas nada tan valioso como el intento de elevar a categoría de arte aquello en lo que uno cree.
Así hoy, tras publicar Sonetos, antiguallas y otras zarandajas, edicionesbeta, 2002; el relato “El primer amigo que nunca se fue” en la antología 60 relatos, 60 autores, edicionesbeta, 2002; y Versos en familia, Entrelíneas Editores, 2003; un cajón lleno de hojas aguarda mecenas antes de que se las lleve el viento: 3 poemarios, 1 ensayo de retórica, 2 libros de reflexiones y algunos relatos que, probablemente, no llegarás a leer, para mi pena sin culpa, querido lector que nos acompañas.
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